Lejos estaba de suponer, cuando hace ya ocho años comencé este blog, que tan lejos estaba aún el estallido, todavía leve, de la sociocrisis. Tan lejos que en todo este tiempo me cansé de contar desgracias, denunciar macrotropelías y apuntar algunas breves reflexiones. Pero esta ocasión lo merece.
Dos cuestiones recientemente
acontecidas han salpicado la conciencia social. Dos asuntos que sin ser ni más
ni menos graves que la mayoría de los que han venido ocurriendo han destapado
el frasco podrido de la hipocresía acumulada durante tanto tiempo. Me refiero
concretamente a las crisis del ébola y a la de las tarjetas black.
En el momento de mayores
avances científicos de la historia, descubrimos con asombro y estupor que un
virus se nos cuela por los agujeros de las vallas metálicas, se salta las
concertinas espinadas de nuestro cinismo y se nos presenta en la propia casa, encontrándonos
tan desvalidos que proyectamos nuestro amor a un perro como si en sí mismo
encarnase todas las muertes anónimas que se producen en África cada día.
Descubrimos que ese asunto
turbio de los Consejos de administración de las Cajas, que muchos sospechaban y
otros muchos alimentaban, es un escándalo, y nos lanzamos al charco de la
estulticia más cruel del detalle, obviando que todos por acción u omisión hemos
sido partícipes y ácidos corrosivos de un sistema que está a punto de
derrumbarse. Asistimos con estupor a las declaraciones del “no sabíamos nada”
mientras se vendían voluntades propias y ajenas, de los representados, al mejor
postor. Y hacemos como que nos lo creemos, para que la caída no sea más
traumática aún.
Decididamente, como sociedad
somos unos auténticos analfabetos funcionales.
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